AGUAFUERTES BOHEMIAS
LA RATA
Siempre había sido un buen alumno – por momentos muy bueno- y un pibe con un concepto de la responsabilidad infrecuente entre los de su edad. Una primaria sin obstáculos y dos años del bachillerato sin materias a marzo. Pocas ausencias y todas plenamente justificadas. Pero el Nacional 13 de Liniers tenía la particularidad de que el tercer año había que cursarlo de tarde, donde las tentaciones en aquel año 70 eran otras: Pool, bowling, las chicas del Colegio de las Nieves… Pero el muchacho se mantenía incólume y se negaba a ratearse una y otra vez ante la insistencia de alguno de sus compañeros: La rata no dejaba de ser una traición al sacrificio de los viejos para que él estudie. Pero un miércoles sucedió algo inusual en una época donde el fútbol se jugaba cada siete días con la regularidad con que la luna cambia sus fases. Esa tarde había partido en Atlanta y no era cualquier Atlanta, sino uno que había debutado haciéndole 5 a Quilmes y que le había arrancado un empate a Racing. Y lo hacía ante un intruso en la categoría como Los Andes. Victoria asegurada y promesa de muchos goles. La batalla interna entre el deber y el deseo esta vez duró poco, se subió al 34 y se fue a la cancha. Sorpresivamente a poco de iniciado el match un tal Da Gracca de cabeza puso a los de la “B” en ventaja. “Falta mucho”- pensó el joven- mientras un dejo de culpa comenzaba a roerlo por dentro junto a la creciente desazón por lo inesperado del resultado parcial. El tiempo fue pasando, el marcador no se movía y el remordimiento por aquella primera rata fue ensombreciéndole el alma la hasta llenarle los ojos de lágrimas. Pero cuando el partido moría y la derrota era un hecho, a la salida de un córner, Savino igualó el partido de cabeza. La goleada soñada no se había concretado, apenas un punto, pero que bastó para disipar todo atisbo de arrepentimiento e inundarlo de una creciente alegría mientras caminaba hacia la parada del colectivo que lo devolvería a la puerta del colegio. Es que un empate sobre la hora brinda siempre una reconfortante sensación casi similar a la que ofrece un triunfo.
Por: El agricultor de mirada penetrante
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